Las cosas
de Quintín.
III
A sus… bueno, muchos años Quintín está bancariamente confundido. Hoy, al
amable requerimiento de una voz llegada hasta él por teléfono desde sabe Dios
donde, se ha personado (podría hacerlo a través de Internet según la misma voz)
en una de las cada día menos oficinas de la entidad bancaria de toda su vida
para un asunto relativo a la protección de datos que, dicho sea de paso, muchas
otras entidades, organismos, etc. disponen de ellos
aunque él no haya dado su consentimiento.
Quintín,
afortunada o desgraciadamente según se mire, vive en una gran ciudad, por eso
candorosamente se pregunta: ¿cómo haría una persona que residiera en un pueblo
cuya entidad bancaria más próxima está en el quinto coño?
Ya en la oficina
y ante un profesional de la entidad, Quintín se limita a firmar en una
pantallita que le presenta al tiempo que, convertido en un agente comercial
(función casi exclusiva que como sus compañeros o compañeras desempeña en la
actualidad) este, como quien no quiere la cosa y siguiendo las directrices
venidas en cadena de no se sabe de dónde y de quienes, aprovecha la oportunidad
para ofrecerle un seguro de vida, puerta blindada, caja de seguridad, alarma,
videocámara… aparte de hacerle la proposición ¿honesta o deshonesta? de que le
convendría invertir sus ahorros para lograr como mucho y con suerte, algunos
pocos euros, eso sí, pudiendo elegir la modalidad conservadora, moderada o de
riesgo, porque, claro, si no, tener el dinero aquí le costará puesto que se lo
guardan bien, aunque operen con él, y le pagan las facturas, además de algunas
otras cosillas. Y se lo dice quien, tal como va evolucionando la tecnología, ya
puede ir pensando en otro trabajo y lugar.
Cuando sale,
tras echar una ojeada al local en el que hay otros puestos de trabajo como en
el que le han atendido, con sus cómodas sillas y mesas con sus respectivos
ordenadores, no puede por menos que exclamar para sus adentros: ¡Cómo han
cambiado las cosas! No hace tantos años, dependiendo de la cantidad y el
tiempo, te daban un tanto por ciento de intereses que no estaba mal y operaban
al igual que ahora con tu dinero, y se mantenían vivas y coleando diferentes entidades
bancarias. Abrían la caja y de su mano recibías contante y sonante el dinero
solicitado. Ah, y te sentías como en casa. Ahora, sin embargo, hasta que más
pronto que tarde desaparezca el dinero físico y nuestros ahorros sean solo unas
pocas cifras, si deseas sacar unos billetitos, ¡la madre que los parió!, como
mucho se brindan a enseñarte a extraer de la maquinita de los cojones (a mis
años) o si no, ya sabes, echa mano de algún familiar o amistades de confianza.
Cualquier día, la oficina será algo parecido a lo que ocuparían dos antiguas
cabinas telefónicas con un humano de muestra, un ordenador último modelo y por
fuera un cajero automático.
El progreso es
maravilloso, -reconoce Quintín-, siempre y cuando no prime el beneficio salvaje
y se tengan en cuenta las necesidades de determinados colectivos que
contribuyen con sus ahorros logrados con sangre, sudor y lágrimas a que,
ignoramos quiénes, amasen fortunas sin que les importen un bledo por lo que se
ve. Y en plena efervescencia, grita por dentro y murmura por fuera: Se
merecerían continuas manifestaciones ante las centrales bancarias; pero saben
muy bien que la resignación cristiana y el conformismo ateo con sus "así
son las cosas", "qué le vamos a hacer", "esto es lo que
hay", "ajo y agua…"¡a tragar!, que el pueblo y sobre todo los
mayores, con el "ande yo caliente y ríase la gente", principio del
individualismo, además de sus escasas energías, a durar, durar y durar, con eso
tenemos bastante.
Autor: Carlos Andrés Vallejo. Barcelona,
España.